Transformación

No sé por qué confiaron en mí, pero yo confié en ellos.

Al principio fue como un zumbido en mitad de la noche, uno que ningún humano podía detectar.

Ni siquiera las máquinas preparadas para predecir terremotos.

Si hubo destellos en el cielo en plena oscuridad nadie pudo dar cuenta de ellos.

Pero lo cierto fue que aquel terremoto los pilló a todos completamente desprevenidos, sin importar la clase social.

Tal vez porque estuvieran acostumbrados a los terremotos y sabedores de las condiciones en las que vivían, la mayoría despertaron pronto y abandonaron sus casas echándose a la calle llevándose consigo las pocas cosas más preciadas que tenían.

El terremoto fue de una intensidad considerable, igual que su duración, que los llevó a sentarse en el suelo esperando que las autoridades les dijeran lo que hacer.

Pero ninguna autoridad se presentó. A las de más alto rango no las esperaban, pero sí les extrañó que no aparecieran sus subordinados.

Al temblor le acompañó el sonido de los edificios derrumbándose, pero nadie se atrevió a moverse hasta que la tierra dejó de agitarse. Aún y así permanecieron inmóviles durante unos minutos más hasta que la inquietud los llevó a levantarse y ver la magnitud del desastre.

Si era muy grave tendrían que reconstruir. Y aunque tuvieran ayuda externa, el peso de la reconstrucción caería sobre ellos. Por no hablar de las vidas que se habrían perdido… tendrían que ocuparse de aquellas que sí se podían salvar.

La sorpresa no tardó en alcanzarlos. Fuera porque ellos mismos los vieron o porque sus compatriotas se lo contaran.

Era increíble pero cierto.

Muchos edificios públicos habían caído, junto a algunos comercios y negocios que a esas estaban vacíos.

Así como las residencias oficiales de sus gobernantes. Se había derrumbado de una manera que les parecía difícil de creer. Su instinto primario fue meterse en las ruinas para buscar a sus habitantes, para lo cual trabajaron en equipo.

Pero para cuando llegaron, en la mayoría de los casos, ya era tarde.

Aún así dieron gracias al cielo porque pudieran rescatar a los niños y las esposas de los difuntos. Aunque en algunos casos incluso estas habían muerto… entre grandes dolores que decidieron que no cosa suya pensar en ellos.

Sin embargo, sí había una cuestión que sobrevolaba.

Habían muerto los que les imponían las normas para vivir, aquellos que ostentaban el poder y lo ejercían sin dudar ni atisbo de piedad. De hecho, todos sabían cómo les gustaba la crueldad a la hora de imponer castigos.

Y de repente todas las alarmas estallaron, provocando una profunda congoja.

El Líder Supremo había muerto junto a sus colaboradores más estrechos.

Ahora estaban desamparados, sin saber qué hacer. Sabían que en cuanto supieran de su situación las potencias occidentales y el país nipón se apresurarían a invadirles e imponer su sistema.

Huérfanos, sin una guía… ¿qué iba a ser de ellos?

Ni siquiera los medios estatales sabían qué comunicar más allá de aquellas muertes tan resonantes. Menos aún entraban en detalles, a lo cual estaban ya bastante acostumbrados.

De ese modo nadie supo que aquellas muertes no se debieron sencillamente al terremoto, sino que otras fuerzas estaban detrás. Y no las fuerzas que tanto les habían hecho temer, puesto que eran aquellas por las que todo su ser clamaba sin saberlo.

Pero sí había algo de lo que se fueron dando cuenta mientras las luces del alba iniciaban un nuevo día.

Sus humildes hogares, aquellos más proclives a ser devastados, estaban intactos. En cambio, las fortalezas a prueba de bombas de los poderosos, habían sido reducidas a ruinas…

No podían creer en su suerte, les podía más el miedo.

Y, aunque ellos hubieran fallecido, todos lloraron la muerte del Líder Supremo pensando en lo que les pasaría si no lo hacían.

Cuando aquel avión aterrizó, nadie se acercó a él por temor.

Vieron bajar de él a unos desconocidos junto a una figura que llevaba su rostro cubierto por un sombrero chino del que caía un velo que impedía verlo. Tras ellos, una joven pálida a la que conocían perfectamente.

Kim Ju-ae.

La Heredera.

La única superviviente que por puro milagro había estado ausente en el momento en que había sucedido la catástrofe

La chica avanzó con paso decidido y se acercó a un grupo que lloraba con un desconsuelo que ella conocía demasiado bien.

Ellos no se atrevieron a mirarla.

-Levantaos.

Lo hicieron pero seguían sin mirarla.

-¿Qué ha pasado? -preguntó la joven.

Una voz trémula contestó:

-Tu padre, el muy amado Líder Supremo, ha muerto.

-Junto a todos sus… ayudantes -añadió otra.

Ella asintió con solemnidad y les pidió:

-Miradme.

Asumiendo que era una orden de la única garante del poder, obedecieron. No se cuestionaron ni su edad, ni su idoneidad, ni su compañía. Era la elegida, era lo único que importaba.

-Saldremos de esta, me encargaré de ello -hizo una pausa antes de agregar-. Y me aseguraré de que nadie se aproveche de esta catástrofe.

Vieron a la chica pasar junto a ellos y, tras pedir unas indicaciones, subir a un vehículo que la llevó junto a sus acompañantes al hospital donde yacía el cuerpo de su padre junto al de su madre y otros de la camarilla que había ejercido el poder.

Ella ahí no pudo evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas, las cuales enseguida se secó.

-Es normal estar triste por la muerte de un ser querido -dijo quien mantenía oculto su rostro.

La joven negó con la cabeza:

-Ninguno de ellos merece la tristeza del pueblo, ni la mía -apretó los puños-. Y menos una basada en el miedo.

Su interlocutor comentó:

-Ahora tú tienes el poder de cambiar las cosas.

-Asume tu herencia -dijo el hombre que parecía más mayor-. Pero ahora está en tus manos en transformarla.

El que lucía la cabellera pelirroja terció:

-Celebra sus funerales y ocupa tu lugar.

-Están todos desconcertados… cómo voy a hacer… eso -susurró ella.

El hombre que parecía tener más experiencia le pidió:

-Concédenos tu permiso y te ayudaremos.

Ella se limitó a asentir y dejarse llevar confirmando cada orden, cada gesto que aquellos extranjeros hacían.

Se reunieron todos los cadáveres en un espacio público para que la televisión estatal filmase el momento. Allí se celebró un funeral de Estado, con el público todavía en shock por lo ocurrido y por el hecho de que ahora fuera una mujer, una joven, quien dirigiera su destino.

Ella tuvo que improvisar un discurso en el que con pesar se despedía de todos aquellos que los habían gobernado con puño de hierro. Y también anunciar al pueblo que no lo dejaba desamparado, sino que pondría todo su empeño en sacarlo adelante y que no dejaría que ningún enemigo les hiciera daño.

Porque los motivos estaban en el pasado y no se podía saldar cuentas con aquellos que no tuvieron papel en aquel tiempo al no existir.

Era momento de abrirse al futuro prometiéndoles continuidad, aunque insinuando que habría cambios para el bien el pueblo. Unas palabras que no les sonaron nuevas a sus súbditos y por ello la aplaudieron.

-Y para garantizar la grandeza y la prosperidad futura de nuestro país, he solicitado la ayuda del Oráculo -agregó ella con tranquilidad-. Así nuestra senda será recta y nada ni nadie la desviará.

El chico que ocultaba el rostro dio un leve paso adelante y luego volvió hacia atrás, un gesto que resultaba muy comprensible. Le daba a ella todo el protagonismo, dando a entender lo capaz que era ella, mientras le aseguraba su apoyo.

-Y así empieza una nueva era -anunció Kim Ju-ae.

Para sorpresa de todos, los ataúdes no fueron retirados a su descanso eterno junto a los de los líderes pasados. Un mar de fuego surgió del suelo y los devoró hasta convertirlos en ceniza que se llevó el viento en cuanto las llamas se apagaron.

Así quedo claro al pueblo que allí intervenía una fuerza poderosa, la más poderosa que habían visto.

Las jornadas siguientes fueron de luto oficial, así se transmitió al resto del mundo, el cual permanecía a la expectativa. Aquel país inspiraba cierto temor por su potencial armamentístico y piedad en las almas empáticas que conocían solo una pequeña parte de los padecimientos de aquel pueblo.

Mientras tanto se preparaba la ceremonia para nombrar a la nueva Líder Suprema. Aunque ya no había guardia vigilando cada gesto o palabra, la gente se guardaba mucho de dar a entender su opinión o emoción sinceras. Todo era tristeza por los muertos y alegría por aquella que prometía estabilidad.

En ese caso también se preparó un despliegue de la televisión oficial y desde la sombra se vigiló qué información salía del país, pues había cosas que no debían saberse… no se trataba de que la nación pareciese débil para que otros se vengasen de ella.

Nadie mejor que quienes se movían en la sombra para saber que el rencor era algo que costaba arrancar. Para ello había que dar muchos pasos durante mucho tiempo para convencer de que ya no eran los mismos.

Los Altos Funcionarios que quedaban y parte seleccionada del pueblo fueron convocados a la ceremonia, aún recuperándose de la impresión de ver derruidos los símbolos nacionales que hasta entonces suponían el orgullo del país.

No sabían qué pensar.

Pero hasta un lugar tan hermético como aquel había llegado la historia, oficialmente tachada de mito o habladuría, sobre el Oráculo. Si el régimen lo ponía en tan bajo lugar era porque en realidad lo temía, más que a él su poder… un poder que parecía guiarlos en una dirección desconocida que les daba miedo, pero al mismo tiempo los calmaba… como si interiormente supieran que ese era el camino correcto.

El Alto Funcionario de mayor rango, el cual intentaba ocultar un nerviosismo que nunca pensó que viviría, proclamó formalmente:

-He aquí a nuestra Amada Líder Suprema Kim Ju-ae -le colocó unas insignias que habían sido creadas para la ocasión y que a muchos les pilló por sorpresa, como el pequeño dragón que hacía las veces broche-. Que su sabiduría nos guíe a un brillante futuro y vele por nuestra existencia.

Los presentes rompieron a aplaudir mientras la joven mantenía un semblante solemne, nadie se dio cuenta de la mirada que intercambió con la figura oculta.

Los dos compartían la sensación de soportar sobre sus hombros una responsabilidad enorme que siempre acompañaba al poder. Pues cuanto más poder se tenía mayor era la primera y más se podía perjudicar o beneficiar en base al uso que se hacía de él fueran buenas o malas intenciones.

Y cuando estas simplemente eran rectas, el peso era peor.

Por eso los dos sabían lo importante que era tener a alguien a su lado a la hora proceder con su cometido.

Súbitamente los aplausos callaron.

Se oyó un ruido potente que hizo estremecerse hasta al más curtido. Todas las miradas se dirigieron al gran lago artificial cercano, del que se habían apartado ciertos símbolos propagandísticos derruidos por el terremoto.

Lo que vieron se les antojó un prodigio tan increíble que definitivamente les convenció de que lo que se avecinada era el camino que debían tomar si querían vivir… y aspirar a una vida mejor de la que tenían, cosa a la que no se habían atrevido hasta entonces.

Era un enorme dragón de color dorado que parecía una serpiente sólo que tenía garras, pelo y hasta un cuerno. Sus ojos irradiaban bondad y sabiduría y ante su presencia todo el público se arrodilló salvo el joven que ocultaba su aspecto. Fue a este a quien el dragón dorado, de imponentes fauces, le saludó con un asentimiento de cabeza.

-Gñe, ¿en serio? -susurró la madre del Oráculo.

Otro de los acompañantes contestó:

-Es lo que pidió tu hijo, yo solo hice de contacto.

-¿Quieres decir que no tienes ni idea de si nos va a comer a todos o no? -planteó ella en voz muy baja.

El hombre pelirrojo le preguntó a su vez a ella:

-¿De verdad crees que tu hijo llamaría a algo que nos fuera a comer?

-Al cuerno.

-Como sigáis así sí que nos va a comer -susurró otra de los acompañantes.

Un orbe brillante de color azul apareció entre las garras de la criatura. Mas venía con una sorpresa, porque no era un orbe perfecto como era de esperar. Si uno se fijaba bien, podía contemplar rayas que los marcaban, indicando que sufría algún tipo de daño que el propio dragón no podía sanar.

El dragón anunció con solemnidad:

-Este es el espíritu de vuestra nación -hizo una pausa-. Como veis está dañado por el mal que se hizo antaño. Está en vuestras manos repararlo o destruirlo.

La Líder Suprema preguntó:

-¿Destruirlo?

-Si se sigue haciendo daño al pueblo el orbe acabará por ser destruido y con él también desaparecerá la nación -señaló el dragón-. Pero, si ponéis empeño en hacer lo mejor para el pueblo y en consecuencia para el Equilibrio del Mundo, el orbe será reparado y os traerá fortaleza y prosperidad siempre que permanezcáis leales al camino de la Verdad, la Justicia y el Orden.

Siguió un silencio que para muchos pareció eterno.

Todos los ojos se hallaban fijos en el orbe, comprobando que efectivamente, existía tal daño. Procedente un dolor acallado durante demasiado tiempo.

Por fin Kim Ju-ae tomó la palabra:

-Honorable dragón que nos iluminas con tu sabiduría, en nombre de mi pueblo me comprometo en trabajar duro para reparar el espíritu de esta nación.

-Es el pueblo al completo el que debe cuidarlo y protegerlo -señaló aquella poderosa y mágica criatura-. El orbe adquirirá un color rojo cuando se sienta amenazado y llamará a quienes forman parte de esta nación a protegerlo, sin importar su poder ni riqueza.

El Oráculo afirmó entonces:

-Pues si buen un grano de arroz puede inclinar una balanza, hacen falta más granos para que haya peso.

-Debéis confiar los unos en los otros -declaró el dragón-. Este es el inicio de vuestro renacimiento, juntos sois más poderosos, unidos podréis hacer frente a cualquier adversidad.

El joven cuya apariencia permanecía oculta sentenció:

-Y dispondrán de la ayuda que sea precisa.

Entonces el orbe descendió hasta colocarse ante la Líder Suprema que vio brillar su broche. Seguidamente el dragón se sumergió limpiamente en las aguas regalándoles un espectáculo que tardaría mucho en diluirse en sus retinas.

-En señal de confianza a nuestro pueblo, se erigirá un edificio público al que todos tendrán acceso para que puedan verlo y comprobar cómo vamos sanando poco a poco -afirmó la Líder Suprema-. Este es nuestro espíritu, el mayor tesoro del que todos formamos parte.

Una breve orden y todo el mundo emprendió la retirada. El grupo que acompañaba a Kim Ju-ae se fue con ella y el orbe a un lugar temporal para dar comienzo a los preparativos.

-Tienes que enseñar a tu pueblo lo que se cuenta sobre él -declaró el más mayor-. Pero también su verdadera historia, que no es ni la que el régimen contaba ni lo que se relata desde fuera.

El pelirrojo agregó:

-Hay que dar lentamente libertad a tu gente, deben entender que esa libertad conlleva responsabilidad… y que se encontrarán con opiniones que no tienen por qué coincidir.

-Es un proceso largo -dijo el Oráculo-. Y no pierdas de vista la importancia de la confianza, esa es la que os dará todo lo que precisáis.

Su padre lo secundó:

-Y nosotros te ayudaremos en lo que necesitéis.


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