Divide y vencerás
Su abuelo soltó un juramento, cosa impropia de él. De hecho, por un momento todos se volvieron hacia él como buscando el motivo que lo había llevado a hacerlo.
-Es algo que iba a ocurrir tarde o temprano -rezongó.
El Gran Vidente comentó:
-Ya se les avisó.
-¿A quién concretamente? -preguntó su madre.
El Magnífico respondió:
-Al gobierno egipcio cuando vinieron a hacer la consulta -apretó los puños-. Pero si es la presa más alejada… hay más países implicados.
Nebjeperure susurró:
-Yo les dije que no la construyeran, que tarde o temprano el río reclamaría su camino habitual.
La gente acudía al Oráculo en busca de respuestas o de su aprobación en sus decisiones. Pero lo que escuchaban no era lo que deseaban y por ello contravenían lo que él les había señalado, lo cual acababa teniendo horribles consecuencias… sobre todo en vidas inocentes cuyo pecado había sido quizá el de confiar en las personas equivocadas.
La Tierra Negra había sido la primera, pero otros países por los que cruzaba el río sagrado habían tomado la misma horrible decisión. Eso no solo había causado fricciones internacionales, sino que también había aumentado el riesgo.
Un riesgo al que tenía que hacer frente.
El cual sentía que en parte era inevitable porque las inundaciones anuales formaban parte del Orden del Equilibrio.
Pero que también era muy oportuno.
Llegaban a aquella ciudad maldita y de pronto desviaban su atención al otro extremo.
Parecía como si quisieran apartarlos de aquella pista que les había señalado la estatua de Ptolomeo.
¿Qué estaban tramando?
¿Qué pretendían?
Detrás de aquello no estaba cualquiera. Una mente hartera sin duda, muy inteligente.
Si tan solo pudiera averiguar… pero el peligro lo llamaba, unas vidas que debían ser salvadas.
¿Cómo hacerlo?
Se negaba a aceptar que estaban destinadas a ser segadas. Muchas de esas personas lo único que habían hecho era acostumbrarse a un río sagrado que se mantenía constante sin apenas alteraciones.
Nunca debieron hacerlo.
Debían aprenderlo… pero no de aquella manera.
-¿Qué te preocupa mi pequeño? -le preguntó su padre con suavidad.
Nebjeperure, con el corazón encogido, reconoció la verdad:
-No puedo evitar que las presas se destruyan.
Usermaatre terció:
-Bueno, algo habrá que hacer.
-Sí, pero tendremos que ir a casa -dijo el joven regente-. Y luego marchar a la primera presa.
Su abuelo inquirió:
-¿Y si eso es lo que quieren para que no descubramos lo que planean?
Su Gran Esposa Real admitió:
-En estas circunstancias no me parece buena idea separarnos.
-O tal vez sí -señaló el Grande-. Unos podemos estar aquí fingiendo que no tenemos idea de lo que pasa… mientras los demás les dan con la puerta en las narices.
Su madre comentó pensativa:
-Y de paso los distraéis mientras investigáis.
-No suena a mal plan -admitió el Protector de Maat.
El Gran Vidente cerró los ojos y le dijo preocupado:
-Lo que pretendes es muy arriesgado hijo mío.
-Es lo único que puedo hacer -dijo Nebjeperure con rotundidad-. Me consumirá, pero os dará tiempo a investigar.
El Magnífico exigió irritado:
-¿Queréis dejar de ser crípticos por favor?
-Necesito el báculo de Hapy[1] y el Testamento de los Dioses[2] -dijo el joven regente-. Con esos dos elementos creo que será suficiente.
Ib preguntó intrigada:
-¿Y esos son…?
-Reliquias sagradas -explicó el Divino Señor de las Dos Tierras-. La primera da el poder sobre las agua, el segundo sobre los habitantes de esta tierra y aquellos que la aman.
Alauniira dijo sorprendida:
-Este Testamento supone mucho poder.
-Sí, por medio de él puedo dar la orden para que la gente se ponga en altura mientras las aguas y el limo inundan gran parte de la tierra -señaló Nebjeperure.
Nessariäh preguntó pensativa:
-¿Y cómo nos vamos a dividir?
-Yo iré con mi hijo -declaró su madre-. Supongo que es lógico que el Protector de Maat también venga, incluida Ib.
La aludida planteó extrañada:
-¿Yo?
Entendía sus dudas. Se pensaba que no tenía tanto poder para lo que se les venía encima. También lo pensarían sus enemigos y eso iría en su favor… porque así pensarían que serían vulnerables.
El Magnífico asintió y comentó:
-Los demás nos quedaremos en la ciudad maldita husmeando, haciéndoles creer que no tenemos ni idea.
-Lo cual puede facilitarnos el conseguir las pistas -señaló la Matriarca-. Atacaremos por dos flancos sin que se lo esperen.
Su padre no se mostró del todo convencido:
-Padre…
-Tú te quedarás con nosotros, tu Videncia nos dirá si todo va bien -le argumentó el sabio regente-. Y también puede mostrarnos sus futuros movimientos.
Nessariäh asintió y comentó:
-Los cuales ocultarán, pero si son una amenaza directa tú podrás verlo.
-Entonces está decidido -anunció su madre.
Acto seguido el grupo de su abuelo volvió a la realidad normal mientras su madre y Mek los llevaban por la realidad de las sombras hacia Ajet-Atón. En ese plano observó que no había demonios… seguramente se habían marchado a apuntarse al gran festín que se les presentaba.
“Se van a quedar con las ganas” concluyó el rey de la Tierra Negra.
Su madre lo sacó de sus pensamientos al preguntarle:
-¿En dónde?
-Un edificio pequeño en el recinto del Gran Templo -le explicó el joven regente-, cerca de donde residen los animales sagrados.
Ella alzó una ceja y preguntó:
-¿Animales sagrados?
-Sí, son los animales en los que se encarnan las fuerzas divinas… sólo existe un elegido del que se cuida y al que se le consulta como al dios… cuando muere hay que buscar a su sucesor -le explicó Usermaatre.
Su madre pudo los ojos en blanco y dijo irónica:
-Animales.
-Y si no encontramos al sucesor significa que hemos perdido el favor divino -agregó Nebjeperure.
Ella gruñó:
-¿Es que no se cansan de ponerte a prueba?
-Madre… -empezó a replicar intuyendo por dónde iba el pensamiento de su madre.
Ella masculló unas palabras que hicieron que Mek echase las orejas a los lados, señal de que lo mejor era no hacer preguntas. Definitivamente no era el momento adecuado y tenían cosas más importantes en las que centrarse.
Su madre abrió un portal entre planos dentro del mismo edificio. Un lugar lleno de salas que contenían las más diversas reliquias que eran cuidadas con mimo.
-Bonitos ojos -dijo Ib fijándose en una estatua de oro de la diosa Bastet.
Nebjeperure se apresuró a prevenirla:
-¡No los cojas salvo que seas escogida por la diosa!
-Porque… -le pidió que se explicara.
El Protector de Maat lo hizo por él:
-Porque serías el paciente cero de una nueva pandemia que habría que detener… y esa de las difíciles.
-¿Encuentras lo que buscas Nebadur? -le preguntó su madre impaciente.
No le costó mucho hacerlo. Dio enseguida con el báculo, el que estaba más escondido era el Testamento de los Dioses, oculto en un cilindro blanco y azul en el que relucían sus nombres en medu-neter y lengua élfica.
-Mira Madre, contiene mi nombre… eso me convierte en heredero divino -le explicó a su madre con una sonrisa-. Si dejase de tenerlo y mostrara otro nombre significaría que he perdido el favor.
Ella rezongó:
-Por su bien, más les vale que no.
-Y si otra persona lo cogiera y no pusiera su nombre -apostilló el Grande-. El Testamento no funcionaría en sus manos.
Ib planteó:
-¿Y cómo sabéis que no cambiará de nombre?
-Porque yo soy el destino final del Testamento -le aclaró el Divino Señor de las Dos Tierras-. Aunque creo que eso no lo sabe todo el mundo.
Era comprensible. Siempre se había aceptado que pasaba de regente en regente, nunca que acabaría en manos de uno para siempre.
Pero los tiempos habían cambiado. Que siguiera circulando de mano en mano en los tiempos modernos sería peligroso… así que por eso no se arriesgaban a exponerlo más allá del os jubileos.
Sin embargo, ahora era vital usarlo.
-Vayamos al río -solicitó Nebjeperure-. Esto os va a gustar.
Su madre frunció el ceño y cuestionó:
-¿Si tan poderosas son estas reliquias por qué no están vigiladas?
-Lo están Madre -dijo el joven regente-. Sólo que el sistema de seguridad me reconoce y no salta.
Ella mostró que no estaba del todo convencida:
-Y si te trajeran como rehén…
-Puedes creernos Luan -dijo Usermaatre-. Estas reliquias son más peleonas de lo que parecen.
Su madre se limitó a gruñir antes de llevarlo de nuevo a la realidad de las sombras. En unos minutos ya estaban en la orilla del Nilo, lejos de la zona urbana para que nadie viera lo que iba a hacer; sabía que de ser así cundiría la alarma innecesariamente y las cosas se pondrían más peligrosas.
Con ambas reliquias en cada mano el rey de la Tierra Negra recitó la invocación mirando a los cielos. Ante ellos apareció una barca dorada que resplandecía por la luz solar sin ningún tripulante.
-¿Y esto qué es? -quiso saber Ib.
Él le explicó:
-Es la barca sagrada de Re, la más rápida de la tierra -luego le pidió a Usermaatre-. ¿Puedes ponerte al timón y dirigirnos ante la presa de Nasser?
Este asintió subiendo en primer lugar para ocupar su lugar.
Los demás se situaron en la zona de la proa que apuntaba hacia el Sur, allá donde estaba su peligroso destino.
Fue divertido ver las reacciones de sus acompañantes cuando la barca se elevó en el aire y a toda velocidad se dirigió al Sur. Apenas veían nada a los lados, todo eran sombras y formas borrosas.
-¿Cuándo pensabas decirnos que volaba? -le preguntó su madre.
Nebjeperure sonrió y contestó divertido con otra pregunta:
-¿Ahora?
Nos les llevó mucho llegar ante el gran muro de la presa que retenía las limosas agua del río sagrado.
Ahora era el momento.
Tomando el Testamento de los Dioses se concentró y transmitió una orden clara a todo aquel que se consideraba perteneciente a la Tierra Negra o que la amase de una manera un tanto especial:
<<Sube a un sitio elevado y contemplarás la primera de las futuras inundaciones anuales, las cuales no serán tan destructivas. Pero esta llega con la fuerza de muchas inundaciones y se llevará por delante a todo aquello que se encuentre en su camino>>
Ib carraspeó para llamar su atención.
Él abrió los ojos y la joven drow le urgió:
-Sea lo que sea lo que tengas que hacer… hazlo ya.
Sí, él también lo notaba. Había sentido una vibración que había ido en aumento pero ahora se le unía un fuerte trueno ensordecedor. Su instinto al ver aquella vieja presa le decía que tenía que huir.
Pero no tenía esa opción.
Su deber era buscar el Equilibrio. Debía hacer reinar la Divina Potencia Creadora de forma que todos vivieran la vida en su lugar el mundo.
“Dioses dadme fuerzas, Gaia ayúdame”
Alzó el báculo cuando se formaron las primeras grietas.
Un parpadeo y la presa directamente explotó dejando paso a las aguas cargadas de limo dispuestas a arrasar con todo.
Ahí fue cuando intervino con el báculo de Hapy. Notó la fuerza de las aguas luchar contra el control del báculo, mas también cómo este las dominaba haciendo que descendieran de una forma más ordenada por su cauce llevándose por delante las endebles y pequeñas estructuras que se encontraban en la orilla inmediata.
Requirió de toda la energía que le quedaba de invocar el barco y de usar el Testamento de los Dioses. Por ello no pudo hacer nada frente al golpe de magia que los azotó como si de las propias aguas se trataran.
La barca voló por los aires desmenuzándose mientras Ib lo abrazaba creando un escudo a su alrededor mientras su madre parecía dirigirlos hacia algún sitio que no llegó a ver pues se quedó inconsciente casi al instante.
Demasiada energía, demasiado poder.
Sus enemigos sabían lo que hacían.
No, no les dejaría ganar… nunca más.
Abrió un momento los ojos descubriéndose en mitad del lodo procedente del río al notar que alguien le tocaba la mano. Estaba tan cansado que no tuvo fuerzas para mirar a quién le tocaba.
Sintió un pinchazo en su corazón cuando vio que le quitaban el Testamento de los Dioses de las manos mientras oía unas palabras en árabe:
-Gracias por esto…
-¿Qué…? -empezó a preguntar.
Un graznido, la sombra de un halcón se dibujó delante de él mientras percibía el peligro de una daga cayendo sobre él.
-¡No! -oyó que gritaba la joven drow.
Un clamor brotó del desconocido que cayó delante de él. Definitivamente no era alguien que esperase, era una persona de rasgos anodinos… probablemente alguien que obedecía órdenes.
-Cobarde… -oyó que siseaba el Grande elevándolo del suelo- Dinos quién te manda.
Su madre le ordenó al pobre desgraciado:
-Habla.
-No sois nada contra ella… la nueva diosa -dijo agónico y desafiante el susodicho.
Un gruñido de su madre:
-¿Suficiente?
-Para desgracia suya sí -sentenció el Protector de Maat.
Entonces llegó a ver cómo las zarzas lo envolvían hasta hacerlo desaparecer entre gritos de dolor. Era lo menos que merecía.
Igual que esa nueva diosa.
No era la primera vez que oía hablar de ella. Eso explicaba muchas cosas… le señalaba qué era lo que estaba fuera de lugar.
No iba a ser una guerra fácil… pero sólo estaban ante la primera batalla.
-El Testamento de los Dioses -gimió intentando levantarse.
Ib y su madre lo ayudaron a levantarse mientras el Protector de Maat aseguraba la zona y decía con seriedad:
-Se lo ha llevado el halcón.
-Tenemos… tenemos que recuperarlo -dijo con voz cansada-. No le corresponde.
Usermaatre le aseguró:
-No tiene poder en sus manos.
-Eso no lo saben a quienes tenga bajo sus órdenes -terció su madre.
Eso era un problema, convencerlos costaría lo suyo. Sí, pocas guerras habían sido como la que se divisaba.
Necesitaban ayuda… y confiaba contar con toda la que requerían.
-Problema suyo -indicó el Protector de Maat.
Ib inquirió:
-¿Y para nosotros?
-Más motivo para enfadarnos y divertirnos al mismo tiempo -fueron las últimas palabras de Usermaatre antes de que perdiera la conciencia.
[1] Hapy: Dios que personifica el Nilo
[2] Testamento de los Dioses: Documento legitimador de los reyes que procedía del dios Re, el primer rey.
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