Persia

La clave está en saber cuándo es el turno de una carrera de fondo o de una maratón.

La hoguera ardía alegremente en las calles de Teherán. Una de tantas, ya que en muchos puntos de la capital, al igual que del país, también se habían prendido muchas de una reivindicativa como hacía mucho tiempo que no se veía.

Era la revolución.

Pero no una cualquiera.

Procedía de un sector de la sociedad que durante demasiado tiempo había sido considerado y tratado como si fuera de segunda categoría. Aquel al que habían arrinconado al hogar y las tareas domésticas quitándole, en nombre de la Religión, los derechos que años atrás habían tenido.

Las mujeres.

Habían decidido que no iban a soportar más aquel trato. La verdad las secundaba pues ni siquiera en el Libro Sagrado se apuntaba a que tuvieran que someterse sin réplica a los deseos del hombre a todos los niveles.

Todo había empezado con una mujer, a la que la policía religiosa había detenido acusándola de llevar mal el velo. Lo que había prendido la mecha era que esa mujer había muerto por aquella inseguridad interna que los hombres se negaban a admitir y que también inculcaba aquella perversión de la Religión que dirigía Irán.

¿Qué tenían los hombres que temer de las mujeres? ¿Qué pasaba si se mostraba un poco de cabello o piel? ¿Tanta poca fuerza de voluntad y autocontrol existía para que tal detalle fuera considerado indecoroso y provocador?

Habían decidido que ya estaban hartas, cansadas de un mandato supuestamente divino que las condenaba en vida.

No existía tal mandato, como tampoco la atención mundial. Esta se encontraba centrada en otros aspectos socioeconómicos. Unos que estaban saliéndoles mal a los incitadores y por ello uno de ellos había recurrido a Irán para abastecerse de armas… porque en realidad la mentalidad de aquel líder y sus adláteres, todos ellos enfermos de una misteriosa dolencia que los empujaban lentamente a la muerte mientras su mundo se derrumbaba, se aproximaba mucho a la que tenían los gobernantes de la actual Persia.

Pero sus clamores, entre gritos de protestas y cánticos de ánimo mientras más velos y cabellos ardían en las hogueras, no habían sido desoídos.

Una fuerza mayor a todas las demás, por todos conocida pero apenas murmurada en susurros, las había escuchado.

Y había decidido escucharlas al mismo tiempo que hacía que la última huida a sus designios se cerrase bruscamente.

Aquellas mujeres luchaban por su libertad ignorando que también lo hacían por la de gran parte del mundo. Un peso que habían aceptado inconscientemente, algo por lo que iban a ser recompensadas de una manera que iban a recordar durante generaciones.

Todo empezó con dos flamantes bailarinas alrededor de la hoguera.

Las dos iban cubiertas de pies a cabeza como mandaba la tradición, pero lentamente, conforme avanzaban en su danza, se iban desprendiendo de las prendas. La tela descubría ante los presentes unos cuerpos perfectos: una mujer rubia de piel inmaculada y ojos ámbar y otra de piel negra como la noche, largo cabello blanco y ojos de un verde esmeralda.

Tanto hombres como mujeres quedaron patidifusos ante semejante espectáculo. Sin embargo, sin que ellos entendieran cómo, la música seguía sonando guiando sus movimientos; sus intérpretes parecían haber entrado en trance.

Ese momento de estupefacción pasó en cuanto ellas animaron a otras a mujeres a seguir con el baile.

Fue entonces cuando ante las luces de la hoguera y las farolas llegaron las fuerzas de orden. Armadas hasta los dientes, su orden sonó clara en árabe:

-¡Detened esta herejía y se os hará un juicio justo!

-¿Justo? –inquirió la mujer de cabellos dorados.

Su compañera añadió:

-¿Desde cuándo?

Sus palabras animaron a las demás mujeres que, lejos de ser intimidadas dejaron salir un valor contenido por años de represión religiosa. Incluso se atrevieron a retar a la policía para que las castigasen por exigir su legítimo derecho a la libertad.

No hubo un segundo.

La patrulla disparó a matar acompañándose de gases lacrimógenos.

Para su espanto las balas chocaron y explotaron contra una suerte de escudo invisible.

-¡Brujería! –gritó uno de los policías enfurecido.

Una joven clamó:

-¡Justicia!

Los gases lacrimógenos tampoco atravesaron el escudo. Envolvieron a los agentes a los que sus equipos no protegieron cuando se suponía que debían hacerlo. Dejaron caer sus armas, algunos se precipitaron al suelo.

Ni siquiera en él estaban seguros. Un terremoto bajo sus pies hizo caer a todos los demás.

Súbitamente de las llamas apareció un joven que no aparentaba más de 18 años. Todos reconocieron su atuendo, una larga túnica transparente que caía a su vez sobre una falda igual que dejaba asomar un faldellín atado con un rico cinturón. Sus pies calzaban sandalias de cuero doradas a las cuales las llamas arrancaban unos reflejos que se unían a los brazaletes, pulseras, collar, pendientes y diadema sobre una peluca corta de la que sobresalían las cabezas de una cobra y un buitre.

En su mano diestra portaba un báculo de oro cuya parte superior estaba decorada con una flor de loto coronada por un disco solar que tenía luz propia.

A su lado marchaba una elegante pantera, de un pelaje brillante que rugió en dirección de los policías que ahora huían como buenamente podían mientras pedían refuerzos.

-Justicia habéis pedido –dijo el joven con voz tranquila, sus palabras eran oídas sin necesidad de alzar la voz-. Justicia tendréis.

Un nuevo terremoto y los policías volvieron a caer al suelo. Aterrorizados se volvían y no podían dar crédito a sus ojos. ¿Un muchacho disfrazado de rey egipcio acaba de salir de una hoguera? ¿Qué magia era aquella?

Una que ellos siempre habían dado por hecha.

Y sin embargo nunca pensaron que iba a ser usada sobre ellos… o más bien contra ellos.

-¡Llevadnos ante él!

Todos entendieron a qué se refería y por ello la multitud se puso en camino al mismo tiempo que se asombraban porque aquellas dos misteriosas mujeres portaban ahora dos cochecitos de bebés.

Hasta la policía reconocía que si uno tenía aprecio por su vida lo mejor era no encender la furia de una madre.

Los agentes que aún eran capaces de moverse los condujeron ante un majestuoso edificio a donde se dirigieron riadas de más gente movilizada desde otros puntos de la ciudad. Allí no solo había policía sino también ejército.

Estos hombres tampoco dudaron en recurrir a todos los recursos posibles para reprimir una revolución como no se había visto desde hacía muchos años.

-¡Libertad! ¡Justicia! –gritaba la multitud.

Un breve silencio precedieron a las palabras del joven que golpeó el suelo con el extremo de su báculo entretanto decía con rotundidad:

-Así sea.

Repentinamente las nubes cubrieron la ciudad. Los truenos acallaron los gritos mientras el viento soplaba contra los militares y la policía que no daba crédito a lo que veían: lo que disparaban se volvían contra ellos matándolos, dejándolos malheridos o incapacitándolos con el gas lacrimógeno.

La expectación era máxima.

Una grieta se abrió ante el edificio atravesando las líneas de los defensores y represores, llegando incluso a las puertas que se abrieron de par en par.

Los rayos que cayeron del suelo liquidaron a la última barrera. Para las mujeres y quienes las apoyaban aquello tenía un gran significado. No estaban solos en el Mundo, era la propia Divinidad la que se expresaba al castigar a quienes tanta sangre tenían en sus manos y dejaban indemnes a quienes se manifestaban.

Por primera vez sus héroes no eran mártires. Por primera vez vivirían para recuperar lo perdido y reclamar su derecho a la vida como quisieran inspirando a las generaciones siguientes.

Tres hombres aparecieron en la puerta empujados por un extraño viento. Fue pura suerte que no cayeran a la enorme grieta abierta ante ellos.

Trataban de mantener la compostura. Sin embargo la situación les sobrepasaba porque excepcionalmente el poder no estaba en sus manos, sino en las de aquel joven que los miraba con unos ojos que habían visto y sentido la Historia.

-¡Esto no es Egipto! –espetó el que más rango tenía.

Una voz seria a sus espaldas le preguntó mientras un hombre de piel morena que aparentaba estar en la cincuentena le ataba bruscamente las manos a su espalda:

-¿Desde cuándo Maat se limita a Egipto?

-¡Tenemos derecho a ser escuchados! –demando el que le seguía en la jerarquía.

Un pelirrojo cuya apariencia oscilaba en la treintena imitó al más mayor:

-Ya os hemos escuchado lo suficiente.

-¿Y tú que vas a decir? –inquirió una tercera persona que también parecía andar sobre los treinta años. Sus ojos almendrados dorados recordaban poderosamente a los de una de las mujeres. Sus manos fueron igual de firmes que las de sus compañeros- ¿Qué merecéis justicia? ¿La misma que dais a las mujeres o a cualquiera que se os oponga?

El joven anunció:

-¡Justicia tendréis! ¡Y todo Irán será testigo!

Una columna de fuego brotó de la grieta y de esta salió flotando en el aire una balanza dorada que se posó ante los tres maniatados.

Cuando vieron al muchacho acercarse a ellos, los asistentes pudieron ver que en su mano zurda portaba una delicada pluma que resplandecía con luz propia.

El chico se volvió ante ellos y, sin variar en absoluto el tono de su voz, dijo con firmeza y calma:

-Todos sabéis lo que esto representa y lo que va a ocurrir –hizo una pausa dando tiempo para que los testigos contemplaran la escena-. Esta es la respuesta a vuestra llamada y no debéis olvidar, como han hecho otros y por lo que están pagando muy caro, que la sentencia no se puede esquivar de ningún modo.

Acto seguido dejó la pluma sobre uno de los platillos de la balanza, la cual no se desequilibró en ningún momento.

El silencio, expectante y esperanzad por un lado, tenía su contrapartida en un aterrorizado o atemorizado. Quizá en este caso se estuvieran arrepintiendo de sus hechos pero ya era demasiado tarde.

Manteniendo el sosiego en todo momento, el joven se acercó al que más poder acaparaba. Tras recitas unas palabras introdujo su mano en su pecho causándole un gran dolor hasta que sacó de él su corazón palpitante.

Muchos contuvieron la respiración. El acusado estaba tan pálido que parecía un muerto viviente.

A continuación el corazón fue depositado sobre el platillo que estaba libre. La esperanza, los anhelos y los sueños de muchos estaban en juego mientras los platillos se movían buscando el equilibrio.

Un equilibrio imposible de alcanzar. Enseguida el platillo que portaba el corazón chocó contra el suelo. Una ovación brotó de la multitud simultáneamente de la columna de fuego surgía un bramido.

-¡Ha sido declarado No Justo! –declaró el joven- ¡Que se cumpla la voluntad de Maat en esta hora!

Súbitamente dos llamaradas salieron de la columna. Una redujo el corazón a la nada mientras la otra no le daba tiempo a su dueño a caer al suelo. Su grito se apagó enseguida y sus cenizas se desperdigaron hasta desaparecer.

El público aplaudía rabiosamente. Por fin veían que el mundo tenía sentido, que todas sus aspiraciones estaban legitimadas frente a aquel régimen del terror.

Pero todavía quedaban dos por ser juzgados. Nadie se marcharía hasta asistir a la Ejecución de la Justicia en su totalidad.

Le llegó el turno al segundo que balbució un ruego:

-Por favor…

-No insultes a tu pueblo –dijo el muchacho-. Tú nunca has escuchado sus ruegos.

Inmediatamente después su mano atravesó su pecho y sacó del mismo el órgano vital palpitante mientras su dueño parecía desmayarse.

-Mejor que lo veas todo despierto –le ordenó su captor-. Igual que exigís a aquellos a los que atormentáis.

El corazón fue a parar al platillo vacío de la balanza. Los dos platillos subieron y bajaron alternándose sin llegar nunca al equilibrio que quien era juzgado ansiaba. El platillo con el órgano golpeó el suelo.

Las palabras del chico no se hicieron esperar con la misma sentencia:

-¡Ha sido declarado No Justo! ¡Que se cumpla la voluntad de Maat en esta hora!

Las dos llamaradas se encargaron de llevarse con ellas al corazón y al cuerpo. El grito del hombre fue acallado por el bramido de los truenos y el rugido de la columna de fuego que parecía hambrienta de Justicia.

Durante unos minutos los asistentes al transcendental evento volvieron a aplaudir con ganas. No estaba ocurriendo como lo habían soñado, era mucho mejor. Para muchos aquella noche era un escarmiento pues marcaba un Antes y un Después en el país.

Se burlaron de las lágrimas del tercer hombre, ya que era la primera vez que lo veían llorar. No en vano nunca antes se había visto tan indefenso. Sabía que el juicio estaba zanjado y que, si no era a través de las llamas, sería el mismo pueblo el que acabaría con él.

Un gesto de aquel milagroso joven y de nuevo reinó el silencio, dejando que solo se oyesen los truenos y el fuego.

-Tus lágrimas no te salvarán –le advirtió el hombre que el acusado tenía detrás-. Has hecho sufrir a demasiada gente.

Aún y así quiso defenderse:

-La voluntad de Allah…

-No manches su nombre colocándolo en tus labios –le reprendió el muchacho-. Yo soy su voluntad y así quedará señalado.

A continuación le arrebató el corazón mientras el agónico grito parecía alcanzar el horizonte. Fue colocado en la balanza y esta no tardó en dar su veredicto con el platillo del corazón golpeando el suelo.

-¡Ha sido declarado No Justo! –anunció el chico- ¡Que se cumpla la voluntad de Maat en esta hora!

Las llamaradas enseguida devoraron el corazón y al hombre, el cual ni siquiera tuvo tiempo para terminar su grito de dolor desesperado.

Los monstruos habían desaparecido.

El pueblo lo entendió enseguida pues enseguida empezaron las celebraciones entre soflamas, sonidos tribales, gritos y cánticos. Tan exaltados estaban que no se percataron de la desaparición de la columna y la balanza.

Para ellos lo importante estaba claro: eran libres de la tiranía.

Sin embargo, algo les hizo interrumpir las celebraciones. No eran la falta de ganas, pues de ellas estaban sobrados. Era la presencia del muchacho y sus acompañantes, los cuales seguían ahí mirándolos con aquella mirada que solo otorga la visión del transcurso de muchos milenios y los más variopintos acontecimientos.

Sabían, de algún modo, que si seguían allí era porque no habían terminado su intervención.

El joven no necesitó hacer nada para que volviera a reinar el silencio. Una luz que parecía el sol resplandecía sobre él atrayendo inevitablemente todas las miradas.

-Sois libres para un nuevo comienzo –les señaló con una pequeña sonrisa-. No os dejaré solos en este trance, pues para que mi intervención sea justa en este comienzo debéis participar todos; no importan la edad, la etnia, la religión ni el sexo. Y si eso no sucede así, los responsables seguirán el camino de vuestros antiguos dirigentes.

La gente ni siquiera se atrevía a murmurar. Se estaban derribando muchos muros, hasta el punto de que había quien se sentía aterrorizado al pensar que estaban llegando demasiado lejos… que eso les llevaría al caos.

-Sois los descendientes del gran pueblo de Persia, un legado del que debéis mostraros dignos –siguió hablando el chico con naturalidad-. Por lo tanto sois adultos, no necesitáis recibir lecciones de nadie… en cambio podéis dar lecciones a muchos que se creen amos y señores del Mundo.

Sus palabras fueron acogidas son sorpresa, lo cual era lógico dado que no habían hecho otra cosa más que recibir las lecciones a través de una dolorosa represión. A todos les estaba quedando claro que lo que había empezado como una revolución por los Derechos de una parte de la sociedad, las mujeres, se había transformado en el otorgamiento de Derechos para la sociedad al completo sin hacer distinciones.

-Se llamará a diferentes representantes de la Comunidad para conformar una Asamblea Constituyente –anunció el muchacho-. Ellos redactarán una Constitución que se explicará a cada habitante del país y así podréis decidir con conocimiento si aceptarla o no. Antes de optar por la segunda opción os aclaro que una Constitución no es estática, siempre está abierta a los cambios y a la evolución mientras sea consensuados por toda la población.

Nadie dijo nada. Sus palabras eran recibidas por todos los corazones y entendidas. Comprendían que el proceso requeriría de tiempo, pero que a lo largo del mismo estarían acompañados por la mismísima Divinidad, de modo que si se equivocaban en algún punto ella los ayudaría a enmendarlo.

El chico continuó:

-Una vez aprobada de la Constitución llegarán las elecciones. Elecciones libres para todas aquellas formaciones políticas que se plieguen a Carta Magna y estén comprometidas a que no se retroceda en ningún punto sino a todo lo contrario –hizo una pausa barriendo al público con la mirada-. A partir de ahí vosotros escogeréis democráticamente el gobierno que deseéis, el cual se renovará con la asiduidad que se haya plasmado en la Constitución.

Unos pocos se atrevieron a aplaudir. A esos pocos les siguieron otros y finalmente la ovación abarcó a todos los presentes. Se sentían ilusionados y conscientes a la vez de que ellos dependía de que aquella oportunidad saliera bien.

-Os acompañaré en todo el proceso hasta que os convirtáis en una nación joven y fuerte y al mismo tiempo que sabia –les confirmó con tranquilidad-. Velaré para que todas las justas reivindicaciones hallen su camino y someteré a la justicia a todos aquellos intentos de destruiros vengan del interior o del exterior.

Muchos de tanto luchar por sus derechos sabían lo difícil que era conseguir un momento propicio como aquel. Aquella certeza se mezcló con la intuición de que aquellas palabras estaban cargadas de Verdad, una que no procedía ni de Occidente o de otro grupo de potencias en el que se había polarizado el Mundo sino de la propia Divinidad que se atrevía a mostrar su rostro en apoyo de los que más lo habían necesitado.

-Os doy una semana para que celebréis y reflexionéis este momento y yo me quedaré con vosotros –terminó diciendo el muchacho-. No lo olvidéis, porque sabéis el destino que aguarda a quienes lo hacen. Os guiaré a la libertad y justicia que deseáis y aunque me vaya cuando tengáis un sistema social estable siempre estaré pendiente de vosotros para llevaros por el camino que habéis elegido y os ha traído hasta aquí.

En ese punto estalló una fiesta que estaba llamada a ser recordada como el culmen de un momento histórico. Diferentes sexos, religiones, etnias, edades, clases sociales se unieron para celebrar un logro con el que se habían atrevido a soñar y de lo que ahora no se arrepentían.

Aquel festejo compartido fue la demostración para ellos mismos de que la convivencia entre diferentes era posible y que todos tenían algo que aportar al conjunto, lo cual era una confirmación de aquel al que, entre las nieblas que mezclaban la Leyenda y la Realidad, llamaban el Oráculo.

Por ello no fue difícil para el muchacho y sus acompañantes confundirse entre el gentío y encaminarse a un vehículo que esperaba a varias calles más lejos, casi a las afueras.

-¿Sabes en qué jardín te has metido verdad? –le preguntó el mayor al más joven.

Este sonrió y contestó:

-Era necesario hacerlo Abuelo, de otro modo correría mucha sangre.

-Te vas a encadenar durante años muchacho –dijo el aludido.

El hombre de la treintena comentó:

-No seáis tan duro con él Padre.

-Pero lo que dice es cierto Ajenatón –intervino el pelirrojo-. Una cosa es intervenir para atajar una situación, otra muy distinta guiarla y monitorizarla –se quedó pensativo un momento-. Y supongo que soy muy mal pensado al creer que esto tiene que ver con Ucrania.

La mujer rubia inquirió:

-¿Y qué si tiene que ver?

-La idea es que la Justicia reine en toda la Creación ¿no es así? –cuestionó la mujer de piel de ébano-. Ucrania es una parte de la Creación e Irán es otra.

El muchacho zanjó con una sonrisa:

-Y en ambas era necesario actuar para hacer que Maat siga reinando, ambas situaciones se retroalimentan… así que yo respondo proporcionalmente.

-Cierto –admitió su abuelo-. Y espero que sepas lo que estás haciendo Nebjeperure, porque tienes al Mundo en tus manos.

El chico guiñó un ojo:

-Soy muy consciente de ello Abuelo –sonrió ampliamente acariciando la cabeza de la pantera- ¿Y qué es lo mejor de todo esto? Que tengo a los mejores para iluminarme con sus perspectivas y que así nada se escape a lo que ya percibo.

La mujer rubia preguntó:

-¿No deberíamos vigilarlos? No sea que se desmadren en la fiesta y…

-Eso es lo que hacemos –dijo su compañera.

El chico añadió:

-Por eso estamos aquí, para que si tienen un desliz aprendan de él antes de que acabe en consecuencias mayores.

Nadie tuvo nada que objetar. De sobra conocían lo acertados que habían estado todos sus actos, gestos, palabras y hasta el empleo de la magia. La Divina Potencia Creadora encarnada nunca había fallado y sabía cuándo era el turno de una carrera de fondo o de una maratón.

Y ahora era la hora de ambas.

Un nuevo comienzo para unos, un revés para otros… todos tenían una razón de ser en el Equilibrio y la Justicia que todo lo regían y aseguraban la existencia.

Una preocupación que residía en cada alma, pero que se sabía consolada porque ni estaba sola ni se carecían de medios para actuar.

Maat reinaba y los que iban en contra de ella de la forma que fuera acabarían siendo sometidos al juicio de esta y sacados de la Creación según sus propios actos.


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