Cuando todo lo demás falle, siempre quedará la fe.
Aun con el Grande en otro mundo, en la casa se tomaron la situación con la mayor normalidad posible. La otra alternativa era caer en el pánico que abriría la puerta al caos y por lo que a los presentes se refería no estaban por la labor de facilitarle las cosas.
Sólo quedaba resistir mientras esperaban al desenlace de los acontecimientos. Porque nadie dudaba de que este estaba por llegar.
Los presentes, sin importar sus orígenes, congeniaron bien tras las presentaciones y pronto se olvidaron del regente. Sumidos en una amena conversación sobre temas poco importantes, dejaron a un lado lo que asolaba en el exterior aunque muy dentro de ellos sabían que era cuestión de tiempo el que fueran devorados también.
De repente, uno de los hombres de más edad preguntó frunciendo el ceño:
-¿No oís eso?
-¿El qué? -inquirió extrañada una de las amigas de Susana.
Elohim se dio cuenta enseguida:
-Nada.
-No se oye nada -corroboró la joven que se levantó para apartar un poco las cortinas de la puerta que daba al balcón.
Las contraventanas habían desaparecido así que podía ver con claridad lo que había fuera. La tormenta parecía haberse desplazado pese a que el ciego continuara cubierto. Había dejado de llover y no soplaba el viento, tampoco se escuchaban truenos ni se veían los rayos.
-¿Se acabó? -planteó su amiga.
La mujer negó con la cabeza mientras decía gravemente:
-No, acaba de empezar.
-Cachis -replicó la aludida chasqueando la lengua.
Entonces el Grande despertó preguntando confundido:
-¿Qué ocurre?
-Que espero que hayas sido convincente -repuso ella volviéndose.
Fuera había visto tres figuras acerarse a la puerta. Sintió cómo saltaban las barreras mágicas de la casa al mismo tiempo que se abría la vieja puerta ya que esta nada podían hacer frente a quien tenía todo el poder que se podía concebir.
Iba a por ellos. Habían llamado su atención y su tiempo de gracia había acabado. Les iba a hacer pagar cara su insubordinación.
Se abrió otra puerta y se oyeron pasos que precedieron a la apertura de la puerta que daba a la cocina.
En primer lugar entró él clavando en ella su mirada airada y le siguieron los otros dos regentes sometidos a él.
-Me parece Ramsés que has olvidado las normas de ese bastardo -dijo aquel criminal en un cruel ronroneo-. Una vez por generación.
El monarca aludido, se levantó de un salto y se puso delante de él gruñendo:
-Déjalos.
El engendro le dijo con rudeza:
-Yo no tolero las traiciones -hizo una pausa antes de apostillar fríamente-. Pero por ti podría hacer una excepción.
Eso no sonó bien para nadie. Susana observó a cada uno de sus compañeros, ninguno podía imaginar lo que iba a suceder. Elohim murmuró una oración que llegó a oídos del recién llegado; este bufó:
-No acudirá salvo para lo contrario de lo que quieres sacerdote.
Luego volvió a hablarle a Ramsés con una calma ponzoñosa señalado a Susana con un movimiento de cabeza:
-Mátala -antes de que nadie pudiera replicar un corazón apareció en su mano-. O su amiga morirá.
La joven apretó los dientes mientras su amiga empalidecía y a duras penas se mantenía en pie. El órgano latía en la mano de aquel desaprensivo que lo envolvió entre sus dedos.
Era una hábil jugada. El faraón era el único que podía matar a Susana al estar bajo la protección de su magia a través de la joya. Siendo ella la facilitadora y la oposición más difícil de vencer, era mejor librarse pronto de ella. Para ello, ponía como condición otra vida sabiendo que el regente no toleraría tal cosa, buscaría salvarla… el tiempo que el asesino estipulase.
-¡NO! -se negó el monarca- ¡Tómame a mí!
Aquel ser deleznable ignoró su réplica y ordenó a sus acompañantes:
-Matadlos a todos -luego se dirigió al Grande-. Tú lo has querido.
Mientras sus sometidos se disponían a cumplir sus órdenes con deliberada lentitud él apretó el corazón. Su propietaria cayó al suelo gritando de dolor al mismo tiempo que se llevaba las manos al pecho.
El faraón dio un paso hacia él dispuesto a arrancarle el corazón de su cruel mano:
-Jamás deseamos esto, siempre preferimos a Maat.
-¿A ese débil bastardo? -se rió a carcajadas el engendro-. Me decepcionas Ramsés.
Súbitamente su carcajada desapareció. Entrecerró los ojos y le siseó a la joven Susana:
-Tus trucos no funcionan conmigo zorra.
Él abrió la palma y todos vieron que estaba vacía. Mientras tanto el órgano desaparecido apareció en la palma del Grande que se apartó justo a tiempo evitando que se lo arrebatara.
El criminal exigió:
-¡Devuélvemelo!
-Nunca fue tuyo Semenjkare -se escuchó una potente voz mientras se abría violentamente la puerta del balcón-. Te quedarás con lo que te pertenece.
Mientras tanto el faraón había devuelto el corazón a su dueña que luchaba por volver a respirar con normalidad simultáneamente recuperaba el color.
-Debiste haber respetado tus estúpidas normas -dijo aquel ser antes de dar una orden a uno de sus acompañantes-. Mátalo… Padre.
El dolor llenaba la expresión de su progenitor mientras su cuerpo se transformaba en luz. No quería hacerlo, pero no tenía otra opción. Debía cumplir todas sus órdenes, incluida la de arrebatarle la vida a sangre de su sangre. Su interior se desgarraba mientras la bola de luz en que se había convertido descendía del balcón y se colocaba ante aquel que había sido llamado.
-No vais a hacerlo Padre -le dijo él con cariño, seguidamente estimó intencionadamente sin cambiar de tono-. Salvo que sea él quien se esconde detrás de vuestro shenti.
La bola de luz se materializó en el monarca. Sus ojos, todavía ambarinos, suplicaban un perdón que ya se le había concedido. Pues antes de que de pudiera empuñar la espada el extremo inferior de un báculo dorado apuntó a escasos centímetros de su corazón. El otro lado, coronado por un disco solar luminoso sobre la representación de una flor de loto era sostenido por un joven que sabía lo que hacía.
Instintivamente su padre agarró el extremo justo cuando el color ámbar de sus ojos tornaba al castaño y las farolas cercanas que habían sobrevivido al temporal se encendían.
-No lo soltéis y compartidlo -fue la misteriosa petición de aquella presencia que se mantenía firme en el peor de los escenarios.
Su rival, irritado, le instó al acompañante que permanecía junto a él:
-Tú que lo empezaste, tú lo acabarás -elevó su voz imponente provocando estremecimientos en los presentes- ¡Haz correr su sangre!
Como su hijo, y tomando la forma de un torbellino, compareció ante su nieto. Éste último intercambio una mirada con su padre que tirando del báculo introdujo el otro extremo dentro del pequeño pero furioso torbellino el cual se deshizo en el acto para dejar ver a un perplejo soberano que agarraba la parte del disco sin sentirse obligado a cumplir con la sentencia encomendada.
-Estáis bajo mi protección, como todo aquel que clama Justicia -explicó brevemente el joven antes de retar a su enemigo en una provocación más que directa- ¡Y ahora hermano -escupió la palabra con desprecio-, ven a medirte con uno de tu tamaño!
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